Bueno, aquí está el capítulo tres. También me extraña que alguien lo lea, jaja xD.
-¿No podrías ir más lento, mono mal educado?- preguntó Dana, tratando de seguir el rápido paso de su niñera, digo, niñero.
-Mira, niña, esto es lo más lento que puedo caminar, no me culpes, yo antes iba todavía más rápido. Podía pasearme entre las ramas, y hasta volar.
-¿No estarás exagerando? Digo, eso de volar se me hace exagerado.
-No… no creo, tú viste que creó un torbellino con su bastón. No sabemos de lo que es capaz, seguramente no está exagerando como tú dices, Dana.
-El moja-pantalones tiene razón, no estoy exagerando del todo. Yo solía volar, pero no porque tuviera la habilidad de volar, si no que mi fiel Kintou me ayudaba en la tarea. Me pregunto si sigue aún rondando los cielos la condenada.
-¿Kintou? ¿Qué es eso?- preguntó Chin, a la par que sus ojos brillaban de una manera extraña, reflejando la curiosidad que sentía al saber sobre Kintou.
-Es mi compañera, mocoso, la mejor compañera. Me ayuda a desplazarme a mayor velocidad, surcar los cielos, ver el mundo desde arriba. Ya sabes.
-Ni idea de lo que nos estés hablando, ¿no será que después de tantos años tu cabeza ya no sabe distinguir de lo que es real y no? Digo… sigue sin inspirarme confianza tu historia.
-¡Dana, por favor! ¿No puedes dejar de ser un poco menos escéptica? El simple hecho de que Sun Wakong esté caminando junto a nosotros ya es difícil de creer.
-Bien dicho, meón. Por eso se han ganado un paseo en Kintou. Me gustaría dejarlos aquí varados, esperando un cruel destino siendo devorados por las bestias del lugar, pero, por desgracia, estoy unido a ustedes. Así que… ¡KINTOOOOOOOOOOOOOOUN!
-¡No tienes porque gritar tan alto, mono asqueroso, ni que fueras Tarzán!
Dana seguía reclamándole a su mono guardián, quien volvió a dar un segundo grito, mucho más fuerte y continuo que el anterior. Varias aves salieron volando de los árboles aledaños, llevaban gran velocidad debido a que el fuerte grito de Sun les asustó. Habían pasado tres minutos y nada había pasado, Dana se encontraba molesta porque se detuvieron en medio del bosque, y tenía miedo de que alguna de las bestias pudiera atacarles de improvisto. Cuando se dispuso a reclamarle al primate de lo ocurrido, un fuerte zumbido se escuchó a lo lejos, como si un fuerte silbato se encontrara sonando. Cinco segundos bastaron para que algo increíble apareciera enfrente de los ojos de los dos hermanos; una especie de algodón amarillo que flota en el aire. Se trataba de la nube Kintou, con la cual Sun Wakong cruzaba los cielos.
-¿Eso es el vehículo que utilizabas para viajar? ¡Parece que es un algodón de azúcar endeble!- gritó Dana, como si se encontrara reclamando.
-Calla, insolente. Es Kintou, mi fiel compañera.- al término de sus oraciones, dio un salto encima de la nube, estando sobre ella sin problemas- Vamos, intenten subirse, nos será de gran ayuda y podremos viajar más rápido así.
-¡Como diga!- respondió muy emocionado Chin, dando un salto sobre la nube, parándose sobre la misma sin problema alguno- ¡Vamos, sube Dana, es muy seguro!
-Pero parece que se va a deshacer fácilmente… ¡es una nube! ¡No tiene lógica!
-No le busques lógica, sólo salta. ¿O a caso quieres seguir caminando?
-En eso tienes razón.- contestó saltando hacia la nube.
Algo extraño y a la vez divertido ocurrió cuando Dana dio el salto; atravesó la nube, cayendo fuertemente contra el suelo azotando su trasero en el mismo. Esto molestó mucho a la muchacha, quien comenzó a reclamarle a Sun Wakong lo ocurrido. Lo único que pudo responder el hombre-mono fue que Dana no tiene sentimientos puros y corazón noble, en cambio su hermano sí. Eso se debe a que el mismo Sun Wakong impuso esa regla para cualquier otra persona que quisiera subir sobre Kintou, lo que haría que solo la persona indicada pueda montarle. No teniendo otra opción más que viajar sosteniéndose fuertemente de su hermano, los tres se sentaron en la nube, viajando a una enorme velocidad. En menos de treinta minutos cruzaron el bosque, lo que alegró demasiado a los hermanos, quienes seguían maravillados por el paisaje que divisaban en su pasar, en especial Chin. Bajando la mirada, éste último se encontró con un muchacho de no más de veinte años de edad, quien se encontraba corriendo, como si escapara de algo. Mirando hacia atrás de donde corría el joven, pudo divisar unas criaturas negruzcas, como las que le atacaron en el bosque. Las criaturas se encontraban persiguiendo al joven, quien cargaba algo en sus manos.
-Disculpe, Sun Wakong, ¿puede descender un poco la altura y la velocidad?
-No seas tan formal, niño, háblame de tú o algo así, me haces sentir más viejo de lo que soy.- contestando con esas palabras, Kintou comenzó a bajar la velocidad, descendiendo la altura del vuelo poco a poco.
-¿Ahora qué ocurre, inútil? ¿Qué viste?
-Mira a ese chico.- señaló al muchacho que escapaba lo más rápido que podía de sus persecutores negruzcos- Parece que las mismas bestias que nos atacaron le están persiguiendo, tenemos que ayudarlo, ¿no crees?
-¡Es su problema! ¡Que se las arregle él solo!
-Por eso mismo Kintou no te deja subir sobre ella. ¡Agárrense fuerte, chamacos, que bajaremos a toda velocidad! – a la par que gritó esas palabras, Kintou descendió rápidamente, curveando su trayectoria hacia el muchacho que era atacado.
Debido a la velocidad con la que Kintou descendió, Dana se soltó de su hermano, cayendo con gran velocidad hacia el suelo. A unos centímetros de chocar contra el suelo, Sun Wakong le sostuvo del brazo, salvándole la vida. El trío llegó enfrente del joven, provocando que las bestias enfocaran su mirada hacia el hombre-simio, quien ya se encontraba tomando una pose de pelea. El joven se asustó mucho al ver que tres sujetos aparecieron del cielo, con lo que Chin trató de calmarle, diciéndole que se trataba de amigos. Con agilidad y velocidad, Sun Wakong se abalanzó hacia las bestias, lanzándole acertados y rápidos golpes en lo que parecían ser sus quijadas. Las bestias no tenían ninguna posibilidad de enfrentar al hombre-simio, y, al ver que el cielo se estaba oscureciendo lentamente, regresaron hacia el bosque, como si tramaran atacarles durante la noche. Después de ser rescatado, el joven se presentó a sí mismo como Shyoran.
-Shyoran, ¿por qué te perseguían esas bestias? ¿A caso te perdiste también en el bosque?- preguntó Chin, bastante curioso.
-Pues, verán… yo me encuentro buscando los siete pergaminos del tigre, y, gracias a que un par de atolondrados cambiaron un mapa por comida, pude dar fácilmente con el lugar en el que se encontraba el pergamino.- mostró el pergamino que había encontrado, provocando rápidamente el enfado de Dana, quien no dudó en reclamarle a su hermano.
-¡Eres un idiota! ¡Por tu culpa este sujeto encontró el pergamino antes que nosotros! ¡Se ve que no puedes hacer nada bien! ¡Eres un bueno para nada!
-Oye, oye, no te esponjes. Supongo que es mejor que se nos una, mientras más busquemos los pergaminos, más fácil será encontrarlos todos, ¿no crees?
-¡Pero es un único deseo! ¿Cómo podrás repartir el deseo? ¡Tonto!
-Bueno, yo…
-¡Esperen, esperen, esperen! ¿Están hablando a caso de los sagrados Siete Pergaminos Secretos del Tigre que pueden cumplir cualquier deseo al ser reunidos todos?
-¡Sí, mono tarado! Supongo que tú debes de conocerlos, eres el más viejo de los de aquí.
-¿Él es realmente un mono?- preguntó Shyoran.
-Más bien soy un hombre-mono, o algo así. El rey de los monos es el mejor título que me queda. Por azares del destino, soy la niñera guardaespaldas de estos dos, pero… ¿qué hacen ustedes los mortales buscando los Pergaminos del Tigre? Pensé que sólo se le permitía a los seres inmortales o a las criaturas míticas buscarles.
-Verás… a mí un anciano me contó sobre los pergaminos, y me dijo que buscándoles encontraría lo que siempre he estado buscando en mi vida. Mi hermana me siguió, porque creo que le da miedo me pueda pasar algo, y también me supongo porque quiere que se le cumpla un deseo.
-Y yo,- interrumpió Shyoran a Chin- yo me encuentro buscando los pergaminos para… un deseo personal, algo que no se puede quitar con nada.
-¿Qué, qué es? ¿Tu estupidez?- preguntó agresivamente Dana, acercándose a Shyoran, quien se sonrojó bastante- ¿Qué, no quieres decirnos?
-Este… yo…
-Vamos, vamos, no lo presiones, debe de ser un complejo o algo así.
-Sigo preguntándome cómo es que a los humanos se les permitió reunir los Pergaminos, ¿qué demonios pasó en mi ausencia? Necesito actualizarme.
-Sun Wakong, como nuestra niñera, supongo que nos acompañarás a reunir los pergaminos, ¿no?
-No me dejas otra opción, Meón.
-¡Deja de llamarme así!
-Bueno, bueno, pero “Meón” suena mejor que Chin, eso que ni qué.
-Tiene razón en eso, “Meón”.
-¡Deténganse! Bueno… ¿qué dices, Shyoran, nos acompañas? De seguro en el transcurso del viaje se cumplirá el deseo que tanto anhelas, y no será necesario que se lo pidas a los pergaminos.
-Podría ser… pero, no sé…- volvió a sonrojarse.
-Ven, vamos.- dijo Dana abrazando a Shyoran por la espalda, colgando sus brazos por el cuello de éste último, lo que le sonrojó aún más- Al menos habrá alguien más “normal” entre nosotros.
-Yo… yo…
-Sea lo que sea que vayan a hacer, será mejor que se preparen, la noche ya se nos vino encima, y los cuatro no cabemos en Kintou, prepárense.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que seremos atacados por las bestias que se escaparon.- con eso, varios rugidos se escucharon.
Sun Wakong vio hacia los árboles que se encontraban a sus espaldas, mientras los tres muchachos comenzaron a sentir un fuerte miedo, la noche se comenzaba a presentar. El crepúsculo teñía los árboles de distintos matices, en tanto el hombre mono comenzaba a caminar rumbo hacia el norte y con una cara bastante seria.
-¿Qué sucede señor Sun? –preguntó Shyoran.
-Nada chamaco, es que pienso que fue hace mucho que los dioses me trajeron aquí y el ser estatua me hizo no enterarme de muchas cosas. A todo esto, no les dije, ¡Sus ropas son extrañas! –Les gritó el mono volviendo a su temperamento de siempre.
-¿¡Qué!? Por favor, tú eres el que no sabe de modas, quién te dijo que esa combinación de colores es bonita, y además… ¡YO SIEMPRE ESTOY A LA MODA! –Gritaba Dana a todo pulmón.
-¡Ay, como gritas chamaca! Consíguete un novio porque en mis tiempos ya serías una solterona, y te digo, por lo demás no eres muy bonita que digamos, y peor, caminas lento y, y, y, y, y no eres mona.
-¡Ya verás mico desquiciado!
-Cálmense por favor –Decía Chin sin saber qué hacer.
-Eres muy lenta chamaca, no puedes ni siquiera darme una buena lección –Decía Sun Wakong mientras se mofaba de la chica y le hacía un gesto meneando su trasero.
-¡Ahora sí date por muerto chango del demonio! –Gritó Dana mientras corría a toda velocidad hacia el hombre mono que emprendía una carrera y de cuando en cuando se balanceaba por los árboles.
Chin y Shyoran corrían como podían detrás de Dana quien perseguía a Sun Wakong que se mofaba a cada momento que ponía y cuando adelantaba mucho se quedaba a esperar a ver a Dana para seguir molestándole. Ninguno de los tres muchachos humanos parecía cansarse, cuando en un momento inesperado el mono se detuvo sonriéndoles.
-¿Ven que cuando hay motivación pueden hacer grandes cosas? –Dijo el maravilloso ser.
-¿Qué? –dijeron los tres al tiempo se detenían y bastante agitados.
-Acabamos de recorrer una gran distancia en muy poco tiempo chamacos, sólo tenía que encontrar la manera de hacer que todos se movieran y la encontré, la rabia de tu hermana sí que motiva a correr, bueno, a ustedes, yo me entretuve y lo podría haber hecho más rápido pero me comprometí a cuidarles. Esperen… -Habló Sun Wakong mientras volteaba hacia sus espaldas. -¿Vieron pasar algo o siquiera vieron algo?
-Nada, no sé de qué habla señor –respondió Shyoran viendo a los hermanos.
-La corrida te dejó alucinando, macaco –replicó Dana. Pero en ese instante un fuerte rugido estremeció el lugar, y de entre los árboles comenzaban a emerger varias de las bestias negruzcas y finalmente un ser de entre ellas, similar a un caballo con algunas facciones de dragón, el cual tenía un brillo peculiar en sus ojos, además de una apariencia más que intimidante. La crin que lucía más bien parecía una imponente melena rojo fuego, al igual que en sus piernas a la altura de las rodillas y antes de tocar el suelo con las pezuñas, su cola tenía un fulgor carmesí y al menearla salían chispas.
Los muchachos se encontraban atemorizados mientras la mirada de fuego de la bestia draco-equina les caía encima. Sun Wakong no dudó y se puso como barrera entre las bestias y los chicos, en un momento inesperado la bestia rugió haciendo temblar el suelo y comenzó a caminar.
-Revela quien eres, bestia –Dijo Sun Wakong sacando su mágico bastón.
-Mi nombre… Soy el demonio Caturra. He sido condenado a cuidar el bosque de cualquier intruso, y mis abominaciones me ayudarán a exterminarlos a todos ustedes –Dijo la bestia mientras daba un segundo rugido y las bestias negras saltaban hacia nuestros héroes.
-¡AAAAAAAAAAAAALTO! –Gritó Sun –Creo que lo mejor en estos momentos es batirnos a un duelo a muerte. Digo, es más interesante y bonito.
-¡Alto sombras!... ¿Por qué habría de hacerle caso a un mono cómo tú?
-Porque estoy más que seguro que esas bestias son obra tuya, así que, si logro vencerte lograré que el bosque vuelva a ser normal y no tendré que preocuparme porque se coman al meón, al pie hediondo y a la chamaca chillona. Por otro lado, si ganas seguirás con tu trabajo y podrás decir que le ganaste al rey mono.
-Vaya, al parecer no eres un ser maravilloso cualquiera, sino que eres bastante perspicaz –comentó el ser equino esbozando una sonrisa, para luego hacer desaparecer las bestias sombras –Que sea un duelo a muerte.
-Sun, no lo hagas, es muy peligroso –advirtió Chin.
-No te metas meón –contestó el mono empujándole al suelo y caminando hacia su oponente.
Ambos se miraron fijamente, pasaron apenas unos segundos cuando se encontraban arremetiendo el uno contra el otro, dificultosamente Sun Wakong lograba acertar en sus golpes, pero para ello también tenía que sacrificar en parte su defensa, punto que fue aprovechado por Caturra, y sin vacilar le acertaba fuertes patadas que hacían al mono retroceder un par de metros.
Llegó el momento que la pelea se veía realmente pareja, cuando el rey mono se abalanzó contra el dragón equino, sin embargo, éste de un gran salto se logró posicionar sobre su rival. Esto hizo pensar a Sun que lo mejor sería esperar a su caída para golpearlo fuerte con su bastón, sin embargo eso no ocurría, Caturra tenía el poder de surcar los cielos, habilidad que aprovechó bastante bien en la pelea lanzando llamaradas a nuestro héroe, quien sólo podía rechazar las llamas girando su bastón. Cuando en un momento, Sun se encontraba rechazando un llameante ataque para recibir una embestida de Caturra por otro frente, ya que aprovechó la concentración que tenía su rival en rechazar las llamas.
El hombre mono salía volando por los aires y Caturra sabía que era su oportunidad de acabar con él, lanzó una potentísima llamarada hacia su oponente quien no podía ni evadirla ni bloquearla, las flamas tenían un diámetro dos veces del alto del simio y los muchachos gritaban de angustia, tristeza, pánico y rabia al ver que las llamas alcanzaron a Sun, cuando se disipó el ataque no había rastro de nada.
-He acabado con su amigo y protector, es tiempo, mortales, que ustedes también mueran –Dijo el ser.
-No puede ser… Sun… no… no es posible –balbuceó Chin mientras lágrimas salían de sus ojos y caía de rodillas al suelo.
-¡MONO TONTO, NO TENÍAS QUE MORIR! –gritaba Dana mientras lloraba a cántaros.
-Maldición… -simplemente comentó en baja voz Shyoran mientras adoptaba una pose de alerta.
Caturra se lanzó a toda velocidad hacia los humanos, cuando en un momento uno de los extremos del bastón de Sun lo golpeó en todo el cráneo, haciéndole caer pesadamente al suelo. Los muchachos vieron al cielo y notaron que Sun Wakong estaba con bien, y estaba montado sobre su Kintou con una risa de oreja a oreja, para luego dar un salto y caer frente a Caturra y pisando su cabeza.
-Bien, palabra es palabra, he ganado el duelo y por lo tanto te mataré. –Dijo Sun con un tono de voz frío, distinto al habitual.
-Comprendo, por fin mi maldición se ha cumplido y pagaré por mis pecados de mi vida pasada –Comentó Caturra mientras esbozaba una leve sonrisa de conformidad.
-¡NO SUN! ¡NO LO HAGAS! –Gritó Chin tomando a Sun de su traje.
-Sale meón, es un asunto de honor, no te metas –Reclamó Sun con su habitual tono de voz.
-Él dijo que debía pagar por unos pecados, no sé a qué se referirá, pero en vez de matarle podría hacer algo más…
-¿A qué te refieres muchacho? –Preguntó Caturra mientras Sun sacaba su pie de su cabeza y éste se levantaba.
-Si usted muere, seguirá con el peso de sus pecados pasados y eso no lo librará de su condena, pero puede redimirse ayudando a las personas, a la naturaleza, sin necesidad de matar a los inocentes.
-Es un buen puto chamaco, pero es honor… ¡HONOR! –Le gritaba Sun Wakong en la cara.
-Creo que el niño tiene razón… haré lo que me dices, sí, pero primero te serviré a ti. Me has salvado la vida, me la has perdonado y debo retribuirte.
-Bah… ¿Sabes algo chamaco? Si eres tan bueno a veces no te saldrán las cosas como hoy, a veces se aprovecharán de ti y cuando lo hagan no será bonito.
-Quizás… pero es mi forma de ser, y no me arrepiento je, je, je, je.
-Por eso me empiezas a caer bien mocoso meón ja, ja, ja, ja, ja.
domingo, 12 de octubre de 2008
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